domingo, 8 de marzo de 2015

ANTECEDENTES


Carlos III fue el precursor del urbanismo madrileño. José Bonaparte, que reinó desde 1808 a 1813, también dejó su legado en esta ciudad sembrando ideas afrancesadas que son evidentes en la fisonomía de Madrid. A él se deben el derribo de conventos religiosos, edificios y manzanas enteras que derivaron en plazas como la de Santa Ana, la del Rey, la de los Mostenses, las de San Miguel, la de la Cebada y la de Celenque. También proyectó una gran calle que uniese la Puerta del Sol con el Palacio Real, construyendo así la Plaza de Oriente.

Criticar su afán de remodelación a costa de la pérdida del patrimonio histórico no tiene lugar. Posteriores proyectos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX hicieron desaparecer de la geografía madrileña otras tantas joyas arquitectónicas. La moda de las reformas urbanísticas imperante en toda Europa no tenía ningún respeto hacia el legado del pasado, ni distinción alguna entre una simple casa y un palacio.

Quizás una de las reformas más importantes de Madrid en el siglo XIX sea la de la Plaza de Puerta del Sol. Esta plaza tuvo su origen a principios del siglo XVI y constituía un espacio alargado rodeado de un gran desorden de caseríos. Se emplaza en un cruce de caminos, el de Alcalá, Mayor, Arenal y Carrera de San Jerónimo, siendo sus edificaciones más destacadas el antiguo Hospital del Buen Suceso, la Real Casa de Correos y la de Cordero.

En 1852 se aprobará la reforma de la plaza para crear en Madrid un espacio urbano representativo del rango que había adquirido la ciudad como capital del Estado. Sin embargo, las obras se fueron retrasando por la complejidad que suponía expropiar las casas que debían ser demolidas para la creación de la nueva plaza.

Finalmente, en 1854 el gobierno tuvo que declarar las obras de utilidad pública para efectuar los derribos, y dos años después el ingeniero Lucio del Valle comenzaba las obras de la plaza hasta su conclusión en 1862.

El ensanche de Madrid.

Hacia 1850, y para evitar el hacinamiento de la población, se consideró necesario que la ciudad de Madrid creciera por el exterior; esto es, que se ensanchara. El ensanche de Madrid fue realizado según un proyecto del ingeniero Carlos María de Castro, aprobado en 1860. Este proyecto contemplaba que la superficie de la ciudad se multiplicara por tres, pasando de 800 hectáreas a 2.294.

Una de las características del proyecto de Castro era que la retícula del ensanche debía estar formada por manzanas regulares. Los intereses urbanísticos motivaron que se construyeran muy pocas manzanas de este tipo.

Los barrios del ensanche se comenzaron a construir lentamente en la década de 1860 y se fue acelerando a finales del siglo XIX con la edificación de buena parte de los barrios de Chamberí, Salamanca, Argüelles y las Delicias, al igual que las barriadas del extrarradio.

El desarrollo de las infraestructuras urbanas y de los medios de transporte, fue de vital importancia para estos proyectos. Estos factores contribuyeron a convertir Madrid en una ciudad moderna, en la que se siguieron haciendo actuaciones urbanas importantes con el propósito de convertir nuestra ciudad en una metrópoli. De estas actuaciones destacan el proyecto de ensanche de la calle de Preciados (o apertura de la Gran Vía) y la construcción de la Ciudad Universitaria.

Será pues el año 1862 la fecha en que la Gran Vía de Madrid comience a tomar forma. El senador D. Rafael Picavea perdió sus derechos de concesión al no llegar a depositar en tiempo y forma la fianza exigida. Aquello que pareciá el final de un largo proceso volvía a ser un concurso desierto, con esperanzas e ilusiones perdidas, y motivo de crítica social y chascarrillos periodisticos.

Muchas gestiones se hicieron para adjudicar las obras, hasta que en agosto de 1909 el conde de Peñalver, gran promotor del proyecto, decidió que si no se conseguía un resultado favorable en el concurso las obras se realizarían por la Administración.

13 de noviembre de 1909.

Estando ya D. José Francos Rodríguez en su cargo de Alcalde se verificó el concurso, siendo el adjudicatario D. Martin Albert Silver, quien presentó la fianza de 500.000 pesetas el día anterior del vencimiento. El pliego de condiciones había sido presentado en el Registro Municipal por el propio conde de Peñalver.

Posteriormente Albert Silver depositaría la fianza definitiva que ascendía a 1.449.613,83 pesetas. Esto daría paso a la firma de la escritura.

Un sábado distinto a los demás, a las cinco y media de la tarde del 19 de febrero de 1910, con absoluta solemnidad, se firmaba la escritura definitiva para la adjudicación de la Gran Vía. Al acto asistieron como testigos dos grandes ex alcaldes, el conde de Peñalver y D. Alberto Aguilera, y en representación de la Diputación Provincial estuvieron el presidente, Sr. Pérez Calvo, y los diputados Sres. Castelain, Argente, Martínes Vargas y Ramíres Torné.

También estuvieron los concejales Sres. García Molinas, Buendía, Gurich, Rosón, Corona, Aragón, González Alberdi, Trasserra y otros. El notario D. Primo Álvarez-Cuenca y Díaz dió lectura a la escritura definitiva, que constaba de 246 folios en papel de peseta.

A continuación se procedió a la firma de la escritura. Los periódicos del día siguiente, donde se reproducen las palabras de agradecimiento de las personalidades más involucradas en este proyecto. Así "La Correspondencia de España" del domingo 20 de febrero de 1910 cuenta en su apartado 'Informaciones de Madrid':

"Al concluir la lectura, y en el momento de firmarla el alcalde, Sr. Francos Rodríguez, con voz ligeramente velada por la emoción, se felicita de que la suerte le haya deparado ser la persona que a nombre del pueblo de Madrid firme esta escritura, base de un futuro engrandecimiento para nuestra capital." Desde aquel 19 de febrero de 1910 pasarían unos meses hasta que el 4 de abril comenzaran las obras de demolición.

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